Capacidad de maniobra del Terapeuta en Terapia Familiar

Publicado el 4 de mayo de 2024, 23:47

Durante la terapia familiar, es común observar cómo los integrantes de una familia interactúan, se activan o desactivan emocionalmente con tan solo mirarse, hablarse o tocarse. Esta dinámica relacional ofrece al terapeuta un primer acercamiento a la realidad de esa familia. Cada grupo construye una narrativa propia: “mi familia es la mejor”, “mi familia está loca”, “mi familia es un desastre”; cada miembro tendrá una versión distinta de lo que considera su realidad familiar.

Seminario: Capacidad de maniobra del terapeuta en terapia familiar

Autor: Juan Fidel Hernández Tovar
Psicologo, Especialista en Administración de Personal y Maestro en Educación

Introducción

La familia, entendida como sistema, está compuesta por un grupo de individuos que interactúan entre sí y mantienen una relación estrecha, ya sea por condición biológica, social o por afinidad. Todos los seres humanos compartimos algún tipo de relación que nos hace "familiares" las cosas. Esta familiaridad representa el vínculo que establecemos con algo o alguien y que nos permite reconocer el entorno como conocido. En este sentido, la familia representa para el individuo el primer sistema a través del cual experimenta relaciones sociales dentro de un marco de certidumbre.

Independientemente de su configuración —familia nuclear, biparental, reconstituida o extensa—, la familia proporciona al individuo una sensación de certeza respecto al funcionamiento del mundo: las cosas operan de cierta manera, a la manera de esa familia.

Desde esta construcción, el individuo desarrolla sus primeras aproximaciones sobre cómo relacionarse con los demás. No obstante, aunque existe un núcleo básico de la personalidad conformado por los usos, creencias, costumbres y valores familiares, este no siempre determina la conducta del sujeto en la adultez. Al llegar a esta etapa, una persona puede tomar decisiones que modifiquen o reinterpreten dicho sistema.

Sin embargo, al participar en una relación interpersonal significativa, este sistema de creencias y comportamientos se reactiva de forma automática. Voluntaria o involuntariamente, nos miramos, escuchamos y comportamos como lo hacíamos con nuestra familia de origen.

Realidad familiar y construcción subjetiva

Durante la terapia familiar, es común observar cómo los integrantes de una familia interactúan, se activan o desactivan emocionalmente con tan solo mirarse, hablarse o tocarse. Esta dinámica relacional ofrece al terapeuta un primer acercamiento a la realidad de esa familia. Cada grupo construye una narrativa propia: “mi familia es la mejor”, “mi familia está loca”, “mi familia es un desastre”; cada miembro tendrá una versión distinta de lo que considera su realidad familiar.

Desde la perspectiva del constructivismo radical, cada individuo posee la verdad de lo que dice. Esto se debe a que cada persona es capaz de interpretar, construir y reconstruir su realidad desde sus experiencias y saberes previos (Fisch, Weakland & Segal, 1994). Así, no existe una única verdad, sino múltiples verdades desde las cuales se interpreta la vida. Esta reconstrucción permanente de significados se adapta tanto a la realidad familiar como a la social.

La postura del terapeuta ante la demanda del paciente

Uno de los retos más complejos que enfrentamos como terapeutas —sin importar la orientación teórica— es el manejo de las demandas explícitas del paciente. Con frecuencia, el consultante nos solicita emitir opiniones o juicios sobre su comportamiento o el de sus familiares:
“¿Usted quién cree que tiene la razón?”
“¿Verdad que mi hijo debería ser más responsable?”
“Yo vine con usted porque me dijeron que usted resuelve este tipo de problemas. Pero si no puede, dígamelo para buscar otra alternativa.”

Este tipo de afirmaciones nos coloca ante una exigencia implícita: tomar postura frente al paciente. Al inicio de nuestra práctica clínica, podríamos caer en el impulso de responder de manera inmediata, verbal o corporalmente: afirmar, negar o adoptar una actitud que indique aprobación o rechazo. Estas respuestas pueden aliar o distanciar al paciente, pero, en cualquiera de los casos, es él quien toma el control de la sesión.

Cuando el terapeuta concede la razón al consultante, se corre el riesgo de convertirse en su validador constante, cediéndole el poder simbólico del proceso. Por el contrario, si se niega a brindar esa validación, podría perder su credibilidad o romper el vínculo terapéutico. Este escenario ubica al terapeuta en una posición vulnerable y lo obliga a reflexionar:
¿Cómo conservar la autoridad terapéutica sin perder la alianza con el paciente?

Seminario y ejercicios prácticos

Este seminario se plantea desde una perspectiva colaborativa, donde se suspende la jerarquía del experto. Se invita a los participantes a explorar y a permitirse el error como parte del proceso de aprendizaje.

Ejercicio 1: Presentación e identificación de la estructura familiar

Un grupo de alumnos será seleccionado al azar para pasar al frente y tomar asiento según lo deseen. El facilitador ofrecerá retroalimentación sobre la postura y disposición espacial de cada uno, analizando implícitamente los roles familiares y jerarquías percibidas.

Ejercicio 2: Identificación de elementos relacionados con la capacidad de maniobra

Ausencia de capacidad de maniobra del paciente
El terapeuta es consciente de que el paciente lo necesita más de lo que él necesita al paciente. Como afirman Fisch, Weakland y Segal (1994), cualquier intervención terapéutica descansa sobre la capacidad del terapeuta de poner fin al tratamiento.

Se deben considerar tres aspectos clave para conservar la capacidad de maniobra:

  1. Oportunidad: El terapeuta, especialmente en las primeras entrevistas, debe evitar asumir posturas prematuras antes de conocer los valores, opiniones y prioridades del paciente.

  2. Ritmo: Implica avanzar gradualmente y evaluar constantemente la reacción del paciente ante cada paso terapéutico.

  3. Tiempo: Es legítimo tomarse el tiempo necesario antes de ofrecer una respuesta o interpretación.

Estrategias para conservar la capacidad de maniobra

  • Lenguaje condicional: Emplear expresiones como “no estoy seguro de que esto pueda funcionar… pero podemos intentarlo”. Este tipo de comunicación, similar a los rituales simbólicos en culturas tradicionales, permite mantener una distancia funcional con la demanda directa del paciente.

  • Concreción por parte del cliente: Así como el terapeuta se mantiene en una postura fluida, es crucial que el paciente asuma posiciones definidas. Ejemplos de preguntas que pueden fomentar este proceso son: “¿Cómo se daría cuenta de que ha cambiado algo?” o “¿Qué espera lograr concretamente con esta sesión?”

  • Actitud igualitaria: El paciente es el experto en su vida y su problema; el terapeuta facilita un espacio para construir y reconstruir significados.

Conclusión

La capacidad de maniobra del terapeuta es una habilidad clínica esencial. Preservarla implica no ceder al impulso de ofrecer respuestas inmediatas, sostener una postura flexible, y utilizar estratégicamente el lenguaje y el ritmo para permitir que el proceso terapéutico emerja desde la colaboración. En un contexto como el de la terapia familiar, donde múltiples realidades convergen, esta competencia se vuelve aún más relevante y delicada conforme avanza el proceso terapeutico.

Referencias

Fisch, R., Weakland, J. H., & Segal, L. (1994). La táctica del cambio. Herder.

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